Dedico estas palabras a las cosas de la vida que no comprendo, a todas y cada una de las cosas que mueren ante mis ojos.
Dedico estas palabras a la imposibilidad de encontrar una palabra igual al silencio que se halla en mi interior.
Paul Auster
Miércoles 1 de mayo de 2024, Día de los trabajadores: amanezco pensando que hoy tengo que escribir este artículo. Sé que voy a hablar sobre el arte, pero no sé cuál será el disparador que me inspirará a escribirlo. Todavía en la cama, me viene a la memoria la frase de Albert Camus “Si el mundo fuera claro, el arte no existiría”, y me doy cuenta de que no va a ser fácil. El arte se resiste a ser etiquetado por las concienzudas elucubraciones de la razón empeñada en aclararlo. Su modo de expresarse es la insinuación a través de las obras en las que se siente bien representado. Si la ciencia y la filosofía buscan revelarnos el mundo en forma “clara y distinta”, el arte nos lo presenta velado y de manera sugestiva, invitándonos a interpretarlo, sin conclusiones o respuestas definitivas. Por eso siempre pienso que de cara a la pregunta ¿qué es el arte?, lo mejor que podemos hacer es preguntárselo al arte mismo. Aunque, ¡claro!, el problema es que el arte tiene tantas facetas como artistas que lo reflejan…
Movida por el deseo inconsciente de demorar un poco el desafío de escribir este artículo, me dispuse a leer las noticias del día. Así fue como descubrí que ayer murió Paul Auster. Sabía que tenía cáncer de pulmón, y que había confesado que “no existen mapas para manejarse en “Cancerland”, ni tampoco certezas que me aseguren que podré salir con vida de ella. Pero hay, sí, una “policía del cáncer” que me instiga a acatar sus órdenes. Las opciones que tengo son obedecer o morir, y así le dije: Prefiero vivir. Condúceme a donde sea que debas llevarme. Y he transitado por ese camino desde entonces”.
Enseguida supe que la noticia de su muerte debía ser el disparador de lo que iba a escribir. Recordé que para Auster el valor del arte reside en su inutilidad, que la creación artística es lo que nos distingue de otros seres vivos y nos define como humanos, capaces de hacer algo por puro placer y nada más. Pero, además, que el arte de contar y escribir historias representaba para él una oportunidad para dar sentido a una realidad imposible de comprender y dominar en su totalidad. En consonancia con la frase de Camus, Auster concibió al arte como “la ilusión más real de gobernar al azar, de darle forma y carácter de causalidad a lo que es pura contingencia”. Auster diría que esta coincidencia entre la noticia de su muerte y mi propósito de escribir este artículo es una manifestación más del azar que gobierna nuestras vidas. Y que creer que podemos explicarla es tan absurdo como inútil. “La música del azar”, al igual que “el divino laberinto de los efectos y de las causas” de Borges en su maravilloso Otro poema de los dones, se resiste a ser capturada y disecada. Sin embargo, aunque inexplicable, el azar no es sinónimo de caos o desorden. Muy por el contrario, Auster concibió a lo fortuito como una fuerza orgánica que despliega ante nosotros un universo de posibilidades infinitas para que, como él mismo en “Cancerland”, podamos elegir qué camino tomar.
La necesidad de control es la respuesta inconsciente a nuestro miedo a la incertidumbre y a la sensación de inseguridad que ella nos genera. De esta “humana, demasiado humana” necesidad nacen los mitos, las religiones, las ideologías, la moral, la filosofía, el arte y la ciencia; todas ellas manifestaciones de nuestra voluntad de explicar o dar sentido al mundo en el cual vivimos. Mas dentro de este amplio abanico existe una gran diversidad de concepciones acerca de nuestra humana capacidad para descifrar los enigmas que despiertan nuestro asombro y alimentan nuestro deseo de saber. Desde las ideologías más radicales y obtusas embanderadas con los conceptos del Bien y la Verdad (con mayúscula), pasando por la ciencia, fundamentada en un conocimiento tan rigurosamente justificado como propenso a la refutación, hasta las parábolas más imaginativas y abiertas a la interpretación. Desde las perspectivas más radicales, el azar es concebido como “una palabra vacía de sentido” y la contingencia como un error interpretativo que debemos resolver. Todo lo que sucede tiene su causa, y gracias a nuestra naturaleza racional, poseemos la capacidad para reconocerla y explicarla. Así, la incertidumbre es un desafío que podemos superar a través del control de la Naturaleza y de nosotros mismos.
El arte (o, mejor dicho, el arte según Auster), en cambio, nos confronta con el misterio y nos recuerda que, como el agua que tomamos con las manos, el mundo en el que vivimos se nos entrega y se nos escapa, todo al mismo tiempo. Porque, aunque podamos intuir o sospechar que todo tiene su razón de ser, eso no implica, per se, que tengamos la capacidad para descubrirla y explicarla. Que a veces las cosas suceden y nos cambian la vida, sin que podamos comprender por qué. Y que el desafío no consiste en lograr explicar lo inexplicable, sino en reconocer nuestra incapacidad para hacerlo. Abrazar nuestra fragilidad ante el poder del azar, de lo que simplemente (nos) pasa sin advertencia ni consentimiento. Como frente a la “policía del cáncer”, el arte que nos enseña Auster nos recuerda que no podemos controlarlo todo, que a veces las opciones son confiar o morir. No en vano él mismo afirmaba que el idioma del azar es el idioma de la fragilidad, y que a través de sus historias pletóricas de encuentros fortuitos y coincidencias inexplicables él respondía a una obligación moral: la de recordarse y recordarnos que somos terriblemente vulnerables. Y que en esta imposibilidad de comprenderlo todo reside, precisamente, nuestra libertad para imaginar el sentido y elegir nuestro propio camino.
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