Durante la pandemia de COVID-19, muchas actividades que tradicionalmente se realizaban de manera presencial -como el trabajo, las consultas con psicólogos y médicos, la educación formal y los encuentros sociales - debieron trasladarse al entorno virtual. Ahora, ya superada la batalla contra el virus, nos encontramos ante el desafío de decidir en qué medida mantener estas actividades en el ámbito virtual o regresar a la manera tradicional de interacción social. Porque, aunque la modalidad virtual posee claros beneficios, como el de facilitarnos la economización del espacio y del tiempo, la fisicalidad sigue siendo un ingrediente fundamental en la construcción de vínculos humanos. En ese sentido, seguimos siendo exactamente iguales a nuestros congéneres más ancestrales…
Así, como para tantos otros desafíos con los que nos enfrentamos en la vida cotidiana, la Filosofía nos concede una pauta para profundizar en esta disyuntiva y elegir de manera más consciente en pos de una mejor calidad de vida. En este caso tenemos El dilema del erizo, una metáfora presentada por el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, que ilustra las dificultades que los seres humanos enfrentamos en nuestras relaciones interpersonales. Esta célebre parábola se encuentra en la obra titulada Parerga y Paralipómena y dice así:
“En un día muy helado, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten simultáneamente la necesidad de juntarse para darse calor y no morir congelados. Cuando se aproximan mucho, sienten el dolor que les causan las púas de los otros erizos, lo que les impulsa a alejarse de nuevo. Sin embargo, como el hecho de alejarse va acompañado de un frío insoportable, se ven en el dilema de elegir: herirse con la cercanía de los otros o morir. Por ello, van cambiando la distancia que les separa hasta que encuentran una óptima, en la que no se hacen demasiado daño ni mueren de frío.”
Schopenhauer utiliza esta parábola para ilustrar la paradoja de las relaciones humanas, signada por la necesidad de cercanía y conexión frente al riesgo de ser heridos o incomodados por los otros. En términos humanos, esto se traduce en la búsqueda del equilibrio necesario entre la intimidad y la distancia en nuestros vínculos con los demás. Porque, mientras demasiada cercanía puede resultar en conflicto y dolor, demasiada distancia nos condena a las miserias de la soledad y el aislamiento social. Claro que Schopenhauer escribió esta parábola a mediados del siglo XIX, cuando Google, Facebook, Instagram, Zoom y Whatsapp cabían, solo quizás, en la imaginación delirante de alguna mente excepcional. Sin embargo, 200 años después de su creación, como todas las grandes ideas, El dilema del erizo sigue teniendo vigencia, aunque bajo una nueva dimensión.
La tecnología ha transformado la manera en que nos conectamos, ofreciendo nuevas formas de mantener la proximidad social sin la necesidad de estar físicamente cerca. Gracias a Zoom, Google Meet, Instagram o Whatsapp, por nombrar solo algunas opciones, hoy podemos mantener la cercanía en nuestros vínculos con los otros, sin la necesidad de la presencia física.
En este siglo XXI, los seres humanos podemos sortear la amenaza de morir congelados sin tanto riesgo de ser pinchados por las espinas de los demás. La pantalla, a través de la cual nos hacemos “presentes” en las distintas instancias de interacción social, nos protege de la irrupción de los otros (también presentes del otro lado) en nuestra intimidad. Como un amortiguador, la pantalla nos permite manejar la cantidad de cercanía o distancia que deseamos mantener en nuestras interacciones virtuales: no solo porque podemos controlar a través de abundantes filtros cómo aparecemos ante la mirada de los demás, sino además, porque nuestra “desaparición” esta a un solo click de distancia. Así, algunos podrán pensar que, como en tantos otros ámbitos, la tecnología tiene la capacidad para resolver(nos) el dilema del erizo: a través de la realidad virtual podemos contar con la cercanía de los otros, pero con la distancia necesaria para no ser incordiados.
Sin embargo, lejos de representar una solución al dilema de las interacciónes humanas, la distancia establecida por la virtualidad amplifica nuestro riesgo de permanecer aislados. Al interactuar a través de pantallas, evitamos las dificultades y las incomodidades de la cercanía física, sí, pero también sacrificamos la profundidad y la autenticidad que solo se pueden experimentar en la presencia física del otro. Lejos de proponer la evitación de la cercanía física, el dilema que nos presenta Schopenhauer supone la relevancia vital del contacto físico para el ser humano. En efecto, solo a través del contacto a “cuerpo presente” podemos satisfacer genuinamente al animal gregario que somos, y que permanece inextinto a pesar de las pandemias y las revoluciones tecnológicas. Parafraseando a un célebre slogan de antaño: “Hay necesidades humanas que solo la presencialidad puede colmar, para el resto existe la virtualidad”
Mientras escribo este artículo, escucho el barullo de mi hijo y sus amigos que se reunieron hoy en casa a comer un asado y ver un partido de football. Ahora, apretujados en el sillón del estar, comen bizcochos y leche chocolatada mientras conversan entre ellos. Pertenecen a una generación que ve con total naturalidad tomar una clase de facultad desde el sillón de su casa a través de la computadora, jugar un partido de football en un Xbox o ver a su novia a través de una videollamada de Whatsapp. Y, ¡bien por ellos! Sin embargo, no necesito preguntarles nada para saber, con absoluta certeza, que su amistad existe y subsiste gracias tanto a los goces como a los infortunios vividos en estos encuentros.
Magdalena Reyes Puig
Licenciada en Filosofía
Psicóloga
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